La chispa puede producirse en cualquier momento. En el ámbito de una infancia rodeada de libros y enciclopedias. O acaso por una curiosidad atávica ante todo bicho que camina. Están también los casos en los que la pasión se hereda por parte una madre o un padre estudioso, o un tío o tía siempre inclinados sobre un microscopio. Y aquellos que, con ímpetu de superación, se esfuerzan por convertirse en la primera generación de su linaje que va a la universidad. La vocación por la ciencia en los más de 20 mil científicos y científicas que forman parte del CONICET nació de las maneras más diversas: una vez que los elementos indicados hicieron combustión, se alumbró en ellos y ellas un camino de infinitas posibilidades y de máxima importancia para el desarrollo de la Argentina.
De todas las profesiones que existen, la de la investigadora y el investigador científico que se conmemora hoy, 10 de abril -en homenaje al día de nacimiento del científico que fundó el CONICET, Bernardo Houssay, y por ende la Carrera del Investigador Científico- es una de las pocas que requiere iguales dosis de pasión y de exigencia. Porque en el universo de la ciencia los conceptos se ponen en revisión de manera constante. Además del esfuerzo propio, está la evaluación recurrente de las y los colegas, y a eso se le suma la validación que se necesita de las revistas académicas para llegar a publicar papers. No es un camino sencillo, y no es posible sostenerlo si no existe, por detrás de cada esfuerzo, un interés supremo por lo que se estudia.
La ciencia es una cadena de personas que se retroalimentan y trabajan por y para la excelencia en la que todos los eslabones son igual de importantes: desde las y los investigadores que se dedican a la ciencia básica hasta las y los que generan ideas y soluciones para problemas que logran impactar de manera directa en la vida de la gente. Desde las y los que analizan los problemas sociales hasta las y los que buscan la cura para una enfermedad. En este preciso momento, hay centenares de científicos y científicas provenientes de todas las disciplinas –desde las Ciencias Exactas hasta las Sociales-, que día a día se suman a las iniciativas institucionales para encontrar las mejores maneras de frenar la expansión de la pandemia del COVID-19. A todas y todos ellos los sostiene un mismo ímpetu: preservar ese sello de calidad que se aloja en lo “científicamente comprobado”.
Así lo entiende Ana Franchi, investigadora superior y presidenta de esta institución. “A las y los investigadores científicos nos desvela poder contribuir desde la excelencia a ser un país mejor –señala-. Por eso y sobre todo en un contexto tan difícil como el que estamos atravesando, ponemos a disposición nuestros conocimientos y recursos con nuestra mejor voluntad y responsabilidad, en el convencimiento de que será una colaboración decisiva para superar este desafío que involucra a toda la sociedad”.